Ya ni recuerdo la primera vez que sostuve un pincel en mis manos, pero sí lo seriamente que me lo tomaba a mis siete añitos de edad. Empecé a ir a clases de pintura para aprender a pintar al óleo, pero antes debía ganármelo. Primero practiqué dibujando con ceras, para comprender las luces y sombras, las perspectivas y las manchas; no se podían malgastar materiales en pruebas. Tras esperar todo un año, el día que empecé a pintar mi primer lienzo, me sentí la mejor artista del mundo. Yo creo que hay un tiempo para valorar, aprender y equivocarse, pero progresar así fue una tortura. Como docente, en mis clases, yo enseño que el error puede ser bueno si comporta aprendizaje. Tampoco pasa nada si aparecen manchurrones ¡Pues a manchar! Para mí, la pintura es un medio de expresión tan natural y hace tanto que la practico que, hoy por hoy, no concibo pasar más de tres días sin pintar. Me conformo con manchar o esbozar cualquier idea, pero la pintura me reclama y sigo experimentando sobre cualquier superficie. Todas son pintables. Mis creaciones se componen de luz, color, textura… manchas dialogando entre sí. Capas y capas superpuestas creando paisajes abstractos, dónde poder adentrarse en un universo alegre y optimista. Así es cómo me siento cuando pinto. Aunque empiece triste, siempre termino más contenta y alegre que cuando empecé.

Definitivamente; crear me hace sentir feliz y lo traslado a mis obras.